Pregoneros en Mayagüez

PregonerosCada pueblo, cada ciudad y cada aldea, tiene sus costumbres, que desarrolla el pueblo debido a su idiosincrasia, sus circunstancias, sus deseos y sus necesidades. Mayagüez no ha sido una excepción.

 

Entre esas costumbres Mayagüez tenía a los pregoneros, que invitaban pintorescamente al público a comprar sus productos y su industria. El movimiento de los Pregoneros ocurría en Mayagüez en esta forma.

 

Apenas el rubicundo Febo asomaba por Oriente, se iluminaba, en aquellos tiempos pasados, —que siempre fueron mejores—, la Sultana del Oeste, la ciudad tranquila y confiada; y desde ese momento empezaba el bullicio y la alegría en la Ciudad. Como si fuera el canto de los pájaros madrugadores, los pregoneros lanzaban al aire sus gritos invitando al público a consumir lo que vendían.

 

Por la mañana se oía la voz vieja y cascada de Chucho, el matador de puercos: “llevo chicharrones bolaos, empanadillas”. Cuando Chucho pasaba por la calle Comercio, en la Playa y lanzaba su pregón, salían los jóvenes empleados de los almacenes y se lanzaban hacia la batea de Chucho, como abejas en un panal de miel. Pronto la batea de Chucho quedaba desvalijada de chicharrones y empanadillas y entonces, el pregonero se retiraba triunfante para volver a la mañana siguiente.

 

Vendedor de hamacasA eso de las tres de la tarde, cuando los niños salían de las escuelas, oían con júbilo el pregón anunciando el “pan de maíz y la casuela”. Los niños se arremolinaban alrededor de la batea para saborear esos dulces que, a la par que halagaban su paladar, les proporcionaban nutrición. Al mismo tiempo se oía al que vendía “mamposteao”, “tembleque”, “manjar blanco”, “mazamorra” y otro hacía coro con el “mantecado helado”.

 

Pero los pregoneros no llegaban al entusiasmo hasta que el rubicundo Febo, se iba alejando por el Occidente para sumergirse en el horizonte tras las olas del mar para dormir hasta el día siguiente en que la Aurora anunciaba su reaparición.

 

Desaparecido momentáneamente Febo, aparecía el firmamento tachonado de estrellas y la luz de Selenia permitía que el bullicio y la alegría continuaran con mayor entusiasmo. Uno gritaba: “maíz sancochao” y otro le contestaba: “llevo pana sancochá, si acaso se acaba en casa hay más”. Más lejos, al compás de los toques de una lira, se ola: “pirulí”, “alfeñiques”, “anisitos”, “chupa tres días”, “dulce palito”. Interrumpiendo se ola una voz estentórea: “llevo pasteles calientes” y otro le contestaba: “llevo marrayo”, “melcocha”, y otro más allá gritaba “mabí de soda, “prú” y le hacia coro al que vendía: “alfajores”, “calquiñones de crema”, “yemitas acarameladas”, y consonante con esto, se oía gritar: “llevo piraguas”, “maní tostao”, “gofio”.

 

A medida que se acercaba la hora de las diez de la noche, decrecían los pregones porque se acercaba la hora de conciliar el sueño, hasta que prontamente después entregada la Sultana del Oeste en los brazos de Morfeo, reinaba la tranquilidad y la paz, para volver al día siguiente a repetirse y así sucesivamente, la alegría y el bullicio en una ciudad tranquila y confiada.

 

Todo esto ocurría cuando en las almenas de nuestros castillos ondeaba la bandera rojo y gualda.

 

 

* Tomado de "Historia de Mayagüez: 1760-1960", una publicación del Subcomité de la Historia de Mayagüez, constituido para la celebración del Bicentenario de la fundación de la ciudad, 1960. Este subcomité estaba compuesto por: José Sabater, Presidente, Regino Cabassa, Vice-presidente, Emilio Soler López, Vocal, Ricardo Sosa, Vocal y Emilio Forestier Gregory, Vocal.